martes, 12 de enero de 2010

Lo que duelen las palabras

"Científicamente se ha demostrado que son necesarios cinco cumplidos seguidos para borrar las huellas perversas de un insulto."
Eduard Punset

 
Muy interesante el texto que publicaba en su blog el divulgador científico Eduard Punset el 26 octubre de 2009.  Os recomiendo leerlo; su lectura es amena e incluso los comentarios que dejan los lectores resultan interesantes.
A mi me hizo pensar en muchas cosas y me vino a la mente un cuento que leí hace tiempo sobre una madre que intenta enseñar el daño que pueden hacer las palabras a un hijo con muy mal carácter.
El chico siempre andaba peleándose y maltratando a todos, sin importarle si sus palabras resultaban hirientes para los demás.


Una noche su madre le dijo:  ”A partir de mañana, cada  vez que te pelees, insultes o hagas sufrir a alguien vendrás a tu habitación y clavarás uno de estos clavos detrás de la puerta. Y te quedarás aquí hasta que estés tranquilo y hayas pensado en lo que ha pasado. Luego intentarás solucionar el problema de una forma pacífica y respetuosa. Pedirás perdón y lo harás sinceramente.
Sólo cuando ese conflicto se haya resuelto volverás a tu habitación y sacarás uno de los clavos".

El chico se quedó sorprendido ante su madre, mirando el frasco con clavos que ella había dejado en la mesita de noche.

Al día siguiente, aún con la imagen de los clavos en la memoria, no pudo evitar meterse en líos y clavó su primer clavo tras su puerta. Y luego otro. Y otro.

Y cada noche miraba la puerta y cada clavo le recordaba su mal carácter. Pero ahora cada uno de ellos era una herida concreta, un problema abierto que no lo dejaba olvidar ni dormir. Así que empezó a hablar y a disculparse.

Y una tarde llamó a su madre: “Ven a ver esto” -le dijo contento- y juntos observaron como sólo quedaba un clavo tras la puerta. “Este ya lo puedo sacar: hoy me han perdonado”. “¡Es fantástico!” -le dijo su madre- “Estoy muy orgullosa de ti.  Pero aún hay que aprender una cosa más: fíjate en la puerta.”

El chico había puesto esos días toda su atención en los clavos y se olvidó de lo demás. Ahora veía que la madera estaba llena de agujeros.
“Nuestras palabras pueden herir a los demás tanto como estos clavos rompieron la madera. Puede que consigamos que nos perdonen y mejorar así la situación, pero siempre quedará una pequeña herida. Por eso hay que cuidar lo que decimos y nunca pretender hacer daño a nadie”, le dijo ella.

Ahora era el chico quien miraba a su madre, lleno de orgullo, al ver a una mujer llena de conocimientos y recursos que había logrado enseñarle algo tan importante tan solo con unos simples clavos y una puerta..

Foto de Isidora Cepeda / hisie_poulain en flickr.com